Las leyes de transferencia
Hubo una vez un presidente que decidió tomarse una semana de vacaciones. Alegando sumo estrés y necesidad fisiológica, elevó un decreto en el que designaba a su mejor amigo como suplente temporal. En medio del revuelo generalizado y cuestionado por algunos medios, su respuesta fue: “El pueblo no debería quejarse porque, a pesar de yo haber sido electo representante al final, en las elecciones voté por mi amigo.”
Somos fieles creyentes de la transferencia. Confiamos en la transferencia de poder, de dinero, de deseo. Creemos que lo que sale de cada uno de nosotros pasa al siguiente estadío con relativa facilidad. Tenemos, al fin y al cabo, la continuidad del tiempo y el espacio, que nos garantiza que todo proviene de algún momento y lugar y todo eso, a su vez, continúa.
Somos culturalmente adeptos a seguir para adelante. Hipótesis.
Suscribimos a la idea de progreso. Enganchados en una cadena de transferencias y subsumidos a la temporalidad, confiamos plenamente en que nuestra participación sistemática es garantía de que lo que vendrá después será mejor que lo que vino antes. En lo material somos holocénicos, aprendimos a acumular.
Las cosas no desaparecen, se transfieren. Primera ley.
Creemos en la democracia. “Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina…” dice nuestra constitución primera. Con eso tenemos la seguridad de que no son don nadies, sino que son representantes y están ahí justamente para presentarse en lugar de nosotros para hacer las leyes que nos determinan a todos. Durante cuatro años podemos estar tranquilos de que hay alguien en un edificio haciendo el trabajo que nosotros no podemos hacer, pero al cual nos sujetamos de todos modos. Podemos estar tan tranquilos que eventualmente vamos a dejar de votarlos, en tanto la máquina que promulga las leyes se torna tan sofisticada y optimizada que ya nadie sabe qué hace en realidad. Ya no es necesario transferir nuestra voluntad política para transferir poder político.
La negación de una transferencia sigue siendo transferencia positiva. Segunda ley.
Estamos seguros de la existencia del dinero. La plata se torna extremadamente fluida mientras quemamos los antiguos billetes para alimentar servidores de bancos. Pronunciar la palabra biyuya solía implicar un gesto manual, frotarse los dedos, simbolizando la materialidad del dinero. Ese gesto fue reemplazado por otro ademán, el de zarandear el teléfono. Significan lo mismo, hubo desplazamiento exitoso de sentido. Este es solo un ejemplo que ilustra la capacidad permeante del dinero. Es la única palabra que significa exactamente lo mismo en todo el mundo.
Toda transferencia debe tener carácter económico. Tercera ley.
Mediante este acotado sistema de leyes y con la introducción de algunos conceptos podemos extraer algunas proposiciones.
De la combinatoria de la primera ley con la segunda:
Tu individualidad política es, en comparación con tu entidad como medio de transferencia, irrelevante.
De la combinatoria de la primera ley con la tercera:
El capital tiende hacia la acumulación positiva infinita.
De la combinatoria de la segunda ley con la tercera:
Negarse a transferir significa negarse a pagar. Negarse a pagar implica pagar con la propia vida.
Seguimos para adelante, corremos hacia nuestra muerte manifiesta.