El olor del presente

El presente huele a muerte. Te despertás, ponés el noticiero y alguien está muriendo en algún lado. Una ciudad inundada; cuerpos flotan en el agua y su deriva, como la tuya, es antinatural.

Entrás a la red y recorrés la columna infinita del algoritmo. Videos generados en su enteridad por bots, mujeres que se prostituyen sin contacto físico (no existe otro tipo de contacto) con el cliente, fake news, tirapostas con implantes capilares, sitios de apuestas, discusiones por tendencias sin contacto con la realidad efectiva. Hasta hace poco no teníamos experiencia de lo infinito, pues lo único que tiene esa característica es la muerte. Ella llega para quedarse, se extiende para siempre hacia adelante; es una de las pocas certezas que tenemos.

Salís a la calle. El olor de las heces, el meo y la basura humana te azota en el sensorium nasal. El asfalto y el cemento condensan y regurgitan el calor que el sol les inyecta; ese mismo calor da vida a las plantas, pero a vos te mata.

Vas al trabajo y reconocés que sos reemplazable. “Esto lo podría estar haciendo una IA”, te dice alguien que nunca vivenció el nacimiento de un perro, ¿pero cómo pago todo lo que tengo que pagar?

Volviendo del laburo olés azufre, potasio, pólvora. Es el olor de la represión, de la violencia, el choque entre el pueblo y el Estado – una cabeza y una bala. En la calle hay manchas de sangre sospechosamente circulares, algunas desbordan en un río. Vestigios de intentos de asesinato en el nombre de la estabilidad.

En la puerta de tu casa hay cuatro tipos rancheando. Huelen a cirrosis, epoc y plata robada de la jubilación de sus madres. No te dejan pasar, te cancherean, te muestran las cicatrices del penal. Sentís el miedo, una pulsión de vida que te impulsa a defenderte. No lo hacés, todavía no tenés la ferocidad necesaria para matar. Seguís vivo, tu familia te espera adentro.

Un eco se infiltra por la red, una frase sin origen: nunca pasa nada. Suspirás y te vas a dormir.

Soñás que las cosas son diferentes.

Diagnóstico ontonírico

El futuro es la estructura temporal sobre la que se asientan los sueños. Del mismo modo que nuestro aparato psíquico transfigura nuestras experiencias para darnos alucinaciones mientras dormimos, el futuro se despliega como una frontera extensa de posibilidades múltiples sobre las que no tenemos certeza alguna. El futuro es, fundamentalmente, alucinación. No sabemos cómo es el futuro, así como no sabemos bien cómo soñamos.

Podemos, sin embargo, detectar vectores. No podremos conocer la estructura del futuro, pero sí tenemos acceso a la materia que forma nuestro pasado y, de una manera un poco extraña, nuestro presente. La física nos dice que la materia no aparece ni desaparece espontáneamente, sino que se transforma. Lo que podemos transformar son esos vectores, a los que damos diversos nombres: ciencia, tecnología, política.

Algunos de estos vectores huelen a muerte. Nosotros, los humanos, negamos la propia extinción, así que la pregunta es por qué dejamos que esos vectores fomenten la decadencia. Una respuesta moral a esta pregunta sería extremadamente difícil de justificar; el motivo debe encontrarse en otro lado.

Tensión entre la vida y la muerte. La mayoría de nosotros seguimos viviendo por medio de una transacción entre nuestra energía vital y la materia que nuestro organismo necesita para funcionar. Otros no se conforman con esto y acumulan excesivamente. Llaman a esto progreso, pero la acumulación implica la extracción. No podemos generar materia ni energía infinitas, de algún lado tienen que salir. El progreso es, en realidad, aceleración. El sistema de extracción global se optimiza a sí mismo acelerando la acumulación. Hay parásitos en el mundo, somos parte del mundo: estamos siendo parasitados.

Receta para un antiparasitario

No estamos vivos, pero tampoco hemos muerto. Somos no-muertos, un estado intermedio engendrado en la convivencia involuntaria con varios tipos de parásitos que habitan no solo nuestro cuerpo, sino también nuestra mente. Chupan de nuestro dinero, de nuestra atención, de nuestro ánimo, de nuestras pulsiones sexuales, de nuestros miedos. Fondos comunes de inversión con el nombre de “billeteras virtuales”, cerebros sobresaturados con información falsa y memes, noticias hechas para deprimirte, órganos sexuales desensibilizados por hiperestimulación, el terror de que algo pase y nos perjudique.

Algunos creen que lo único que queda hacer es dejarse llevar. No hay alternativa y tampoco la querrías: el sistema va a optimizar por vos, vas a estar más cómodo. Eventualmente va a acelerar tanto que te va a dejar atrás, se va a ir a Marte y vas a poder empezar de nuevo, algo diferente. En toda la historia de la humanidad no hay nada que podamos llamar propiamente “diferente”, pues siempre hemos repetido las mismas máquinas.

La respuesta, entonces, no es histórica. El pasado no tiene nada que enseñarnos, salvo a no repetir los errores cometidos. Pero ¿de dónde sacamos nuevas ideas? Indudablemente, del futuro. Él es inevitable, vendrá con certeza absoluta. Debemos acelerar la máquina que produce los sueños, la misma que transmuta irracionalmente y genera la materia del futuro.